En su tiempo...
Ubiquémonos en el siglo XIII, en la denominada ¨plena¨ edad media, un siglo marcado por los grandes cambios de vida y costumbres que serían la ventana de aquellos que se darían a partir del siglo XV y XVI.
El Concilio de Letrán de 1215 sería, por lo menos desde el punto de vista eclesiástico, un gran punto de reflexión y partida de los fatídicos eventos que tendría el porvenir en sus manos, llámese la proto-reforma, con sus respectivos exponentes (Pedro Valdo y Jan Hus como exponentes centrales), así también se dio paso a los feudos: en un espacio de terreno específico, el rey o emperador se las cedía a un señor feudal, quien se encargaría de todo lo relacionado a la protección de su gleba y quienes ahí habitasen, a cambio del pago de impuestos que financiarían sus servicios.
Y entre todo, Dios sale al encuentro
Conociendo que Dios interviene y pone cada cosa en su lugar, según sus mejores designios, aunada a la capacidad del ser humano de interpretar correctamente su voluntad, surge la figura de Domingo de Guzmán (1170/4-1221), quien, junto a San Francisco de Asís, revolucionarían la vida religiosa y el ser y hacer iglesia.
Sabiendo que en aquella época, la formación sacerdotal dependía de quién la impartiese, por lo que la misma era muy subjetiva (dependía de la calidad del maestro), por lo que no todos los clérigos predicaban al pueblo común, cosa tan corriente hoy día gracias a la sólida formación académica de nuestro clero romano, anglicano u ortodoxo.
Cristo Pantocrátor su reinado divino en la Europa de Santo Domingo
Pantocrátor es una palabra griega que quiere decir: ¨todo poderoso¨ o ¨Soberano de todo¨, una idea que resultó ser un paralelismo de la inculturación del evangelio (muy válida y buena forma de predicación, dicho sea de paso) en donde Cristo, el Señor de todo es imaginado como un Soberano; esto también es producto del ideario judío sobre Dios (Yahvé), quien, de acuerdo con los profetas, está sentado en Su trono celestial, desde donde conduce los destinos de la humanidad y ayuda a sus peticionarios en sus necesidades.
Producto de la interacción con la denominada Tierra Santa, surgen las órdenes militares, que serían la parte activa de la oración y un pantallazo a futuro de lo que sería la Orden de Predicadores, quienes combinamos la oración y el estudio para realizar una predicación efectiva.
Un nuevo amanecer en la vida religiosa y la incursión de Santo Domingo en Caleruega y por el mundo
Gracias a ese movimiento en la antigua Palestina, se empieza a vislumbrar lo que conocemos hasta hoy como la vida consagrada, las órdenes monásticas como tal y las mendicantes se formaron y, con unos cambios mínimos, resultan muy parecidas a las de nuestros tiempos.
Como bien apunta el texto y que fue una sorpresa para quien esto escribe: nuestro patrono Santo Domingo no tuvo una vida licenciosa de la que después salió, como San Agustín, no sufrió el martirio como las 16 carmelitas de Compiegne, sino que su corta estancia en la tierra estuvo siempre marcada de una profunda estabilidad espiritual y profesional, algo a lo que no todos estamos llamados o no siempre llega a lograr la gente, pero nuestro protagonista sí alcanzó.
Conocidos ampliamente ya sus datos biográficos en cuanto a su procedencia, carrera inicial y educación, destaco inmediatamente el hecho de que Santo Domingo partió a la actual Dinamarca, a los efectos de predicar junto con su obispo, en el entendido de unas posibles nupcias de un príncipe castellano con una vikinga, siendo esta la primera obra de gran alcance del padre de la Orden de Predicadores.
Habiéndole predicado a un pagano durante toda la noche, nuestro padre fundador se da cuenta de que la predicación era su llamado dentro de la vida religiosa en particular, máxime cuando su materia preferida era la teología, este primer encuentro se dio en cuanto primaba en aquellos lares la herejía cátara.
Posteriormente, partió hacia Francia y Alemania, interactuando con las distintas herejías prevalentes en aquellas regiones, cuando, entre otras cosas, decidieron unirse a una gran expedición de la intitulada Santa Predicación, la cual rindió frutos, específicamente en jóvenes en la ciudad de Prulla.
Con el paso del tiempo, decidió que lo llamasen ¨hermano/fray Domingo¨, llegando a quedar solo al regresarse sus compañeros a sus sitios de origen y tras fallecer el obispo Diego de Acebes.
Habiendo estallado la guerra en Francia, fray Domingo permaneció allí para seguir cumpliendo su labor de predicación en medio de tiempos bélicos, caracterizados por la incertidumbre y llenos de reclamaciones a lo divino por lo áspero del vivir y lo bajo que cae el hombre.
Surgen los domini cannes
Un 25 de abril de 1215, profesaron los dos primeros miembros de la comunidad, quedando fundada en los hechos la Orden de Predicadores, partiendo al poco rato hacia el Concilio de Letrán (al que ya me referí al comienzo de esta relación), el papa Inocencio III dio luz verde a aquella nueva misión, a los efectos de que llegase a todos los lugares conocidos hasta ese momento, más allá de la diócesis de donde surgió.
En esos meses, el papa Inocencio III había fallecido, por lo que su sucesor, Honorio III, aprobó formalmente a la comunidad, intitulándola como ¨Orden de Predicadores¨ un mes después.
Nunca carente de buena voluntad, nuestro fundador trasladó a los hermanos en grupos a París, España, sabiendo que la buena predicación se da solamente con el buen fundamento académico.
Como Maestro General, en 1218, partió a varios sitios de Europa para inspeccionar personalmente la obra de la Orden, repartiendo tareas y dando instrucciones para los priores, expandiendo la obra de la predicación aun más, lamentablemente, no cumplió toda su encomienda, ya que falleció en 1221, a los 47 años de edad.
De Santo Domingo y el obispo Diego destaco su energía, su vigor en la predicación de la fe en Cristo Jesús y el hecho de que estuvieron pendientes de las comunidades que fundaron personalmente y en el caso de nuestro primer Maestro General, realizó las visitas correspondientes.
Resalto los pilares del estudio-oración-contemplación, los tres deben ser lo suficientemente equilibrados en la vida del dominico para poder predicar adecuadamente en comunidad (los destinatarios de la prédica, al fin y al cabo), pendientes de los cambios de este mundo para combatir cualquier doctrina errada y que se desvíe de lo que San Pablo mencionó como la sana doctrina.
Santo Domingo de Guzmán, ¡ruega por nosotros!
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